Hay ciudades que son como soles de primera magnitud, iluminan e irradian por sí solas gracia y espiritualidad. Decir Asís, Jerusalén, Roma, Santiago..., es como decir “Ciudades de Dios”. Es abrir puertas al espíritu por donde se nos llena el alma, no sólo de riquezas espirituales, presencias de Dios, sino de belleza y de arte, de naturaleza y fe. Son lugares y cunas donde renace la vida y se recupera la esperanza.
Asís, ciudad del la Umbría, ciudad del “Poverello”, es la ciudad de la “Paz y el Bien”, la “Ciudad del Espíritu”, la “Ciudad de la Fraternidad abierta al amor Universal, a la reconciliación y al “Loar” al Creador. Oriente que convoca al alba de un nuevo día, como lo proclamó Juan Pablo II, en oración compartida con los dirigentes de las principales religiones. “Aquí se deja sentir más que nunca la necesidad de un nuevo nacimiento espiritual, porque aquí, el hombre de Dios, Francisco, que supo aproximar a Cristo a los hombres de su época, volverá también hacer lo mismo en nuestro tiempo”.
Desde esta artística ciudad, un día Francisco, en el ocaso de su vida, supo bendecirla con una auténtica profecía: “Bendita de Dios seas, ciudad santa, porque por ti muchas almas se salvarán”. El nuevo sol del espíritu comenzaba a irradiar bellezas de luz, en ese amanecer en el corazón de la Umbría... El mismo Dante, en su “Divina Comedia”, habla de Asís, como la “Patria del nuevo sol”.
Aún hoy día, Asís sigue siendo una ciudad abierta a ese amor fraterno y universal, donde resuenan por doquier las palabras de Francisco: “Loado seas, mi Señor, por quienes aman y perdonan por tu amor”. Asís es ese armonioso y ecológico lugar, donde se realiza el abrazo entre Dios, el hombre y la naturaleza. Donde el sol, la luna y las estrellas, el fuego y el viento, el hombre y los animales, parecen agradecer el que el humilde Francisco bautizase a todos con el dulce nombre de “Hermano y Hermana”.
Tal vez, por su ubicación especial de lugar privilegiado, entre paisajes pintorescos, con prodigiosa naturaleza de variada arboleda y atardeceres maravillosos, hacen de aquellos parajes, un lugar único para la meditación, la paz y el sosiego, siguiendo las huellas del Santo de Asís. Vivió y presente en estos lugares. Poeta de la naturaleza, heraldo y artista de Dios.
El arte, como presencia de Dios e imagen del espíritu, es lo que rezuma toda la ciudad y alrededores. Aquí el arte se hace belleza hasta en lo más humilde. En manos del asombro queda uno ante la capilla de la Porciúncula, donde el Santo se recogía para orar, colocada hoy bajo el grandioso fanal de la cúpula de la Basílica de Santa María de los Ángeles, lugar donde Francisco recibió la embajada la Hermana muerte, desnudo sobre la madre tierra. Aquí el arte establece el fundamento de una penetrante teología de la belleza.
Todas las líneas arquitectónicas de este templo, convergen sobre esta humilde capilla, exaltándola como el gran tesoro de la espiritualidad franciscana. Embellecidas con frescos y obras de arte alusivas a la Virgen y al Santo, están armonizadas con elementos místicos y simbólicos, creando una atmósfera de intensa religiosidad, donde en extática contemplación, se percibe una gran conmoción de armonía, belleza y paz.
Y si hablamos de la gran Basílica de San Francisco de Asís, hay que descalzarse de lo efímero y pasajero porque hay que adentrarnos en el Santa Santorum de la espiritualidad y arte franciscano. Es un templo esplendoroso de doble basílica, sobre puesta a la cripta, se alza la Basílica mayor. No sólo nos impactan las artísticas vidrieras, mensajes espirituales en color, sino la decoración de toda la Basílica, con más de 28 frescos relatores de la vida del Santo. Contemplarlos es nacer a la ternura y bondad, aquí se vive con la emoción de tener el alma entre las nubes y pisar tierras del Edén, vislumbrando lo celeste.
A la verdad, todo el recinto es un compendio de belleza y armonía estética sin igual. Aquí la belleza viene al encuentro de nuestro espíritu, no para arrebatarle, sino para abrirle a la proximidad ardiente del Dios personal. Es esa belleza que nos abre la inteligencia de la Sabiduría celeste y despierta el apetito de encontrarnos cara a cara con la Belleza Total, hasta poseerla en la iluminación resplandeciente del gozo y la gracia. No en vano, en ella trabajaron los mejores artistas de su tiempo -teólogos del arte-. Maestros geniales como Giotto, Cimabue, Pietro Cavallini, Jacobo Turriti, Filippo Rusuti, Sinone Martín, Pietro Lorenzeti, los “Maestros de San Francisco” y otros, que dejaron allí lo mejor que tenían de su arte.
Toda la Basílica es una obra maestra de arte, llena de gracia y suavidad en las figuras. Con su ingenuidad y eficacia expresiva, rebosante de armonía y espiritualidad, logran con sus transparencias de color, que respiremos a ritmo de sencillez y bondad, la belleza y el arte, las virtudes del espíritu y la santidad del Santo. Aquí, la contemplación del arte nos sitúa en el centro de la cosmogonía de la belleza, nos crea una grandiosa teología visual. Su iconografía, su entelequia, está estrechamente ligada al ser concreto, se revela en términos de luz y constituye la belleza plasmada de lo ingenuo, de lo puro, de lo que asemeja a Dios.
Son escenas franciscanas vividas con tanta dulzura y bondad angelical que evocan el éxtasis de lo sublime. Se tiene la impresión de haber parado el tiempo y dialogar en cada escena con el Santo de Asís. La verdad es que si el arte no culmina en el milagro de transformar el pensamiento e incidir en el alma del espectador, sólo sería un arte efímero o pasajero. En el arte religioso Dios se complace en todo el que mira la obra con belleza y bondad, espejo de su gloria, como se complace en todo santo, icono de su esplendor.
Todo el ambiente de la ciudad, típicamente medieval, nos hace respirar la fragancia del arte y la belleza, como el de la fe y el espíritu que imprimieron sus más ilustres hijos Clara y Francisco de Asís. Aquí nació pujante el arte italiano que deslumbró con su belleza, impulsado por Francisco, el gran artista de Dios, se empezó a construir y difundir apenas dos años después de su muerte, recién canonizado por Gregorio IX.
En Asís, como una bendición de la ciudad de Dios, abundan las iglesias, centros de espiritualidad y de arte; cátedras de la belleza y religiosidad; lugares de encuentro íntimo con Dios y consigo mismo. Son escuelas de sabiduría celeste y arte espiritual. Al igual que la Basílica de San Francisco, otro tanto se puede decir de la Basílica de Santa Clara o la catedral de San Rufino, donde fueron bautizados Clara y Francisco; o la evocadora iglesia de San Cosme y San Damián, lugar donde Clara salvó a Asís y venció a los sarracenos con la fuerza milagrosa del Señor en la Custodia, empuñada con sus manos virginales.
Todo Asís es un museo viviente, un lugar de privilegio donde afloran los mejores sentimientos y educamos nuestra sensibilidad. Aquí el arte religioso es siempre actual, ya que él está por encima de las épocas y las modas, donde sigue latiendo el corazón de la existencia en ferviente espíritu. Esta belleza estética vierte en el mundo esa sal de la que nos habla el Evangelio, sin la cual la vida es insulsa. Es ese arte que suscita la belleza, sin la cual no habría nada que hacer en la tierra, porque tal belleza, introduce a Dios en el alma, como presencia ardiente que ahonda allí sus raíces.
Sí, Asís es la ciudad alegre del “Poverello”, la ciudad arte y espíritu, donde Francisco, heraldo y poeta de Dios, compuso su bello y sublime “Cántico de las Criaturas”. Cántico espiritual y valioso documento literario del naciente romance italiano. Todo aquí es fascinación y santidad. Ningún otro lugar está tan penetrado de la santidad de un hombre, que puso todo su ideal en ser otro “Alter Christus” -otro Cristo-, viviendo pura y simplemente el Evangelio a “la letra y sin glosas”, llevando en su vida, la Alegría, la Paz y el Bien, con autenticidad de vida, hasta merecer llevar en su cuerpo, los estigmas de las llagas de Cristo.
Vistas las cosas hoy, necesitamos un nuevo Francisco que con sus impulsos nos traiga una nueva renovación. También necesitamos el arte de la Santidad que él tuvo, como camino para llegar a un mundo nuevo, un mundo mejor, donde impere la bondad, la sencillez y los valores evangélicos. La naturaleza espera gimiendo que su belleza sea salvada a través del hombre hecho santo, imagen de Dios. El arte de Francisco, el “Hermano de todos”, puede ser un norte de revelación, no sólo en la armonía del arte espiritual, sino también, en esa búsqueda y ansiada belleza, de la renovación de nuestro arte actual, ya que el arte de hoy, expresa la angustia desesperada de del que pide un milagro salvador. Milagro que sólo nos vendrá, cuando miremos la belleza con la mirada virginal de una santo.