jueves, 25 de diciembre de 2008

EL ARTE SIN BELLEZA

Comenzamos esta nueva reflexión sobre le belleza y el arte, impulsado por los acontecimientos que observamos en el ambiente de nuestro tiempo. Cada día estamos perdiendo el asombro de la belleza y el estímulo por un arte armónico, lleno de cromatismo y de sentido religioso. Brota con aire de dominio, un arte de bajo nivel de belleza, que fomenta el abigarramiento y fealdad del arte, generando el desapego y el desdén por lo clásico o contra aquello que manifiesta símbolos o belleza religiosa. Hay como una mofa o desprecio, incluso dando de lado,  a todo lo que tenga viso de belleza eclesial. Se ensayan alternativas con imágenes laift o sensuales, como contraposición a la belleza espiritual del arte religioso, mediante el cual se hace más patente la presencia del trascendente.

Lo peor es, que dentro del ambiente eclesial y hasta personas cualificadas se dejan seducir por innovaciones de mal gusto, colocando dibujitos que roban la atención hasta en los ritos sagrados. De muchas formas se está perdiendo la sensibilidad por el buen gusto y estamos quedándonos huérfanos de belleza religiosa. Hasta se ignoran  o desconocen símbolos y significados culturales y profundos de la imagen de fe, como medio y encuentro del creyente con el misterio mediante la oración, donde el arte sacro tiene otras connotaciones espirituales de unión con  lo celeste, creando momentos de ascesis y espiritualizando la vida para la acción del Espíritu. La razón del da lo mismo, nos está comiendo los momentos mágicos cargados de presencias, donde la verdad, la bondad y la belleza se articulaban armónicamente para llevarnos a la trascendencia del ser...

Frente a un cúmulo de cosas que actúan con disimulada malicia, tal vez programadas, no debemos los creyentes dejar que un arte sin belleza, cuando no vacío de contenido o deshumaniza-do a veces, sustituya la belleza iconográfica que a lo largo de la historia ha expresado religiosamente la fe y los dogmas de la Iglesia. La belleza artística como categoría de la teología fundamental, ha sido el punto de partida para la reflexión teológica que contempla el sentido estético de la revelación. Al mismo tiempo, esa belleza de arte nos ha proporcionado una visión más honda, abriéndonos a esa otra belleza invisible y misteriosa propicia para la elevación del espíritu.

Somos conscientes de que la creatividad artística es siempre un campo abierto a nuevas expresiones. El Vaticano II nos advierte que la nueva creatividad esté dotada de consistencia de fe, verdad y bondad propias, pues no hay que olvidar que el cristianismo es una religión de encarnación (GS 36). Pero crear corrientes novedosas donde la imagen sea producto cerebral de un individuo, con difícil acceso a su lectura y muy escasos motivos de fe que unen a la Iglesia, es lo que no debemos aplaudir ni consentir. La Iglesia tiene su canon de belleza y a la imagen se la considera sagrada, lugar donde lo terreno desaparece y lo suprahistórico o simbólico, se vuelve o se  hace misterio.

El pintor en la Iglesia es un hagiógrafo, un hombre de fe y teólogo. No negamos  los valores religiosos de pintores vanguardistas, pero dudamos que sus creaciones sean lugares de fe o de belleza espiritual. Más aún, dudamos de los ambientes populares donde se ubican las figuras, con expresiones torsionadas o de estilo naift,  como viviendo un evangelio sólo infantil. No faltan artistas de este estilo que recurren a rostros proféticos desfigurados y enigmáticos tratando de abrir una nueva era, pero exentos de belleza. Imágenes abstractas con cromatismos de cuadrículas coloreadas, a veces sin atisbo de piedad, con loas que encubren vacíos, en oposición al otro arte de la Iglesia, que posee  una fuerza profética, espiritual y trascendente. (Citamos autores relevantes como: Rousseau, Chagall, Paul Klee,  Mondrian, Kandinsky, A. Manessier... entre otros).

La tragedia de este arte abstracto, sin belleza espiritual, es que no quiere ser ni figurativo ni  simbólico, sino sólo ser arte en sí. Su gran valor -dicen-, es la plasmación estética en la que sólo se reconocen construcciones de planos con valores propios. Es una forma subliminal de llamar la atención para desviarla de valores de belleza espiritual. Pero ¿Quién puede rezar o sentir devoción ante una imagen sin formas , con espacios cromáticos abigarrados, cabezas o miembros deformes, cuando no expresiones patéticas? La imagen sacra en la Iglesia tiene otras connotaciones, expresa la alabanza al Dios  de la redención.
El arte de belleza en la Iglesia no es un sedentismo o huida de la realidad, sino un contínuo renacimiento, recreando el mundo espiritual partiendo de la realidad, siempre abriendo ventanas al infinito, generando espacios a la trascendencia, para llegar mejor a la revelación del misterio. La belleza de este arte conduce al amor puro. “Dios es amor” (I Jn. 4, 16).  El amor es el fundamento de toda la belleza en el arte cristiano. Sin fe ni amor en lo que se hace, no se puede crear obras que lleven a Dios. La belleza y el arte crean fe y experiencia. Y la experiencia de Dios es siempre sacramental, regeneradora y resucitadora de vida nueva.

La auténtica belleza no se impone por la fuerza, ella misma impone la razón sublime de su   verdad. La grandeza de este arte está, en saber expresar con belleza limpia las formas que crean sentimientos y evocan valores  celestes. En la Iglesia, Cristo es la gloria  de Dios y la Belleza del creyente. En El no hay nada que no proclame la sublime Belleza que habla de Dios. Unirse a Cristo, es tocar la belleza de su humanidad, es como tocar al Verbo de Dios. Y ese Verbo se encarnó. Y san Juan en su humanidad pudo escuchar, ver y tocar, a ese Verbo de la Vida, al mismo Dios vivo (I. Jn. 1, 1-3). Desde entonces el arte en la Iglesia es un arte de encarnación, un arte de belleza, sacramental, de sublime respeto. “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, pues muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron (Lc. 10, 23-24).  

Reeduquemos de nuevo nuestro gusto y sensibilidad para valorar un arte que nunca pasará, porque tiene vida propia, la vida espiritual que tiene valor eterno. Dejemos los pequeños ídolos y vacíos fetiches pasajeros y sin valores. El arte sacro de la Iglesia es reflejo de la suma belleza de Dios. Por eso engendra fe, vida, es sacramental, trascendente. Su fin es mostrarnos el bien y la bondad, como belleza que nos lleva a Dios, como símbolo de la gracia, de la presencia del trascendente. Nada nos hace tanto bien como el contemplar esas imágenes espiritualizadas, que intentan mostrarnos lo sublime que en ellas se esconde. Hay en ellas flujo de energía invisible, que proyectan valores increados y nos reflejan el mundo sublime, siempre bello y anhelado. Ellas elevan nuestra existencia por encima de lo humano y terreno y nos invitan a aspirar al edén perdido. Su fuerza poderosa crea en nosotros armonía, belleza, gracia y santidad.
Toda la Biblia, es Palabra de Dios, imagen, arte, creación, belleza. Toda ella es génesis, creación, revelación, sabiduría, profecía, comunión de belleza. Acción poderosa, presencia y milagro, gracia y sacramento, resurrección y vida. Y todo hecho con arte de belleza infinita. Es la riqueza heredada por la Iglesia que se prolonga como la vida de Cristo, que sigue vivo y en el esplendor de la Belleza que tiene junto al Padre. Esa belleza que  en la Iglesia engendra gracia, es la que queremos que no se cambie, que renueve sus formas bellas, que nos devuelva espiritualizada la vida de la belleza que nos quieren arrebatar y dejarnos huérfanos de valores sagrados y sin la belleza del espíritu.

El Espíritu Santo nos enseñará la Verdad (Jn. 14, 17-26). La belleza es el resplandor de la Verdad. La verdad y la belleza tienen que llenar la tierra en un constante Pentecostés, donde la unidad del Espíritu sea el lugar de la belleza de Dios. El Padre es la fuente de la belleza, Cristo es el arquetipo de toda belleza. Y el Espíritu la manifiesta nos la hace sentir en lo más profundo de nuestro espíritu. El os lo enseñará todo. Su acción es un “poema sin palabras” que se revela como fuente del conocimiento. “Porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz” (Sal. 36, 10).
                                                                                                                                                                            

Obras de consulta: Vaticano II. (Constitución Gaudium et spes. nº. 36).  Juan Plazaola, Historia y sentido del Arte Cristiano.  BAC. Madrid 1996. Summa Artis. Antología y selección de textos de Miguel Cabañas Bravo. Espasa Calpe,  Madrid, 2004.  Paul Evdokimov. Teología de la Belleza. Publicaciones  Claretianas. Madrid. 1991.