Historiadores y pensadores nos describen magistralmente el modo cómo se gestó esta unidad en la diversidad en que vivía este viejo continente. A partir del s. IX, Santiago de Compostela y con el beneplácito de Carlomagno, el gran emperador de occidente, que quería defender sus fronteras frente a las invasiones árabes, Compostela se convertirá, primero en una senda sincrética, híbrida y conciliadora, para transformarse en auténtico crisol, en el que peregrinos de mil orígenes con mestizaje de creencias, los aglutinará en una misma fe cristiana y evangélica, poniendo las bases de la unidad de una Europa en la que emergieron los diversos estados.
Sí, “Europa se ha construido caminando hacia Santiago”, dice Goethe, caminando hacia ese “finis terrae”, hacia el “Campus Stellae”, convirtiéndose en “Calle mayor de Europa” “canino de las mil sendas”, erigiéndose en foco de atracción de las conciencias europeas, al tiempo que sacudía las mentes para despertarlas a las nuevas culturas, que surgieron como una necesidad espiritual en génesis de belleza, que invitaba a la sociedad a la creación artística de nuevos estilos y formas, llenando la sociedad no sólo de riqueza cultural, sino de una armonía y estética inusitada, que abría caminos a la unidad y a la renovación espiritual.
De esta forma, Compostela se convirtió en referente único de peregrinaciones y polo de atracción. Reyes, santos, penitentes, nobles, campesinos, jerarquías de la Iglesia y gente de toda clase y condición social, convergen hacia Compostela, elevándola a centro espi-ritual y situándola a la misma altura de Jerusalén y Roma, hasta el punto de convertirse en competidora de Roma, para arrancarle esa primacía de la Ciudad eterna.
Fue la fe de la gran familia cristiana la que creó el progreso y dio el sentido de unión a Europa. Fue la Iglesia con sus monjes y religiosos la que impulsó a las nuevas culturas y estilos artísticos. Fue el camino de Santiago el que aglutinó ideas y configuró las bases del arte románico, como expresión plástica de armonía y fe, unidas por el ideal de integración territorial de las nacientes monarquías, que reforzaron los signos de unidad e identidad de una Europa cristiana, amenazada por el avance islámico.
Pero no sólo el románico fue la expresión artística del ideal de unidad, fueron los peregrinos y las gentes de Europa las que con su peregrinar hicieron un camino de nueva cultura elevando a su paso iglesias, conventos, puentes, cruceros, fuentes, castillos, palacios, mansiones y hospedajes, plasmando en todos ellos el espíritu y sentimientos de unidad y de fe, siguiendo la ruta del finis terrae, marcada por el Apóstol Santiago.
Pero estos no son más que unos mínimos ejemplos de esa mítica idea de la unidad, pues el cristianismo, que es constante renovación e inagotable fecundidad creativa, llenó de sensibilidad espiritual, emergió de nuevo ofreciéndonos otra original estética, exuberante de belleza, que como lenguas en piedra en arte, se volvía oración de alabanza, donde la creatividad, fantasía y sentido espiritual, se transformaban en teología visible para un pueblo de fe. Así nació el arte gótico, como la más bella representación plástica de este camino de fe. Posteriormente nacerán los nuevos estilos del renacimiento cargado de sobriedad; el barroco con su multitud de expresiones plásticas, el neoclasicismo con infinidad de nuevas formas. Todos ellos desarrollaron expresiones artísticas impregnadas de fe y unidad. Baste sólo citar monumentos y catedrales como las de Burgos, León, la Cartuja de Miraflores, Salamanca, Jaca, San Pedro de Rúa o el Santo Sepulcro de Estella…
Y por supuesto, la catedral de Santiago, llena de espiritualidad y magia religiosa, con su Pórtico de la Gloria, como saludo y bendición del Santo al visitante, que le ofrece bienes y presentes espirituales. Al peregrino que cruza el umbral de la puerta santa, le asombra y le hace todo oración y admiración, dejando que vuelen por el recinto sus deseos en forma de botafumeiro, donde un artístico incensario deja atónitos a miles de files y descreídos, que contemplan alrededor del altar, la ofrenda de sus sacrificios ofrecidos en el camino al santo.
Pero el camino de Santiago es mucho más que un simple camino de peregrinación. Es un camino mítico lleno de misterio y de fe. Es un camino que se vuelve espiritualidad interior, que se hace con sacrifico y renuncia, donde hay momentos para la oración, la reflexión y la meditación, motivos que invitan a la renovación y a un comienzo de vida para una Europa nueva. Se necesita cambiar de vida, darle otro sentido, buscar otros valores, recuperar el gozo y la esperanza de la familia cristiana; que haya otros valores más dignos y elevados, que ese simple y efímero gozar y vivir la vida. El hombre de hoy necesita recuperar el sentido del canino, que es sentido de cultura y unidad, de búsqueda de la verdad, de espiritualidad evangélica, que es la que nos hará libres y fuertes, frente a los ídolos terrenos que llenan de muerte y vacío el futuro del hombre.
Este es el mensaje que nos trae Benedicto XVI en visita al Apóstol Santiago, con la que se integra como peregrino de fe, en este año de la familia. El nos ha dicho que Europa necesita recuperar este sentido del camino, el sentido de una renovación espiritual y evangélica, para que Europa recupere los valores éticos, morales y espirituales y vuelva a ser eje constructor de un mundo mejor.
Toda la vida del hombre es un camino en busca de la patria perdida. La espiritualidad del éxodo es la del hombre que lucha por liberarse de toda opresión, hasta conseguir la tierra prometida. El desierto se cruza cuando es Cristo el que nos guía. Sólo se pueden echar raíces en el suelo firme de lo sagrado. San Pablo que elabora una hermosa teología de la peregrinación, nos recomienda la fe de Abraham, que por obediencia salió sin saber donde iba, pero de esta forma llegó a la tierra prometida (Heb, 11, 8-10).
Que su visita nos traiga la renovación.