martes, 9 de octubre de 2012

LA ESPIRITUALIDAD EN EL ARTE NAVIDEÑO

La esencia del arte religioso es comunicarnos con belleza la invisibilidad sublime de la transcendencia Es lo que podemos denominar como arte espiritual. En la espiritualidad de este arte encontramos resumida y concentrada toda la naturaleza de lo transcendente. La propuesta del arte sacro es abrirnos los ojos del alma, para que contemplemos lo sublime de esa infinita belleza celeste. El arte espiritual es el arte sobre todo arte y el que nos lleva a la belleza de toda belleza, ya que descansa en la misma transcendencia del Ser. De ahí que este arte espiritual tenga esa atracción tan irresistible que lleva a penetrar el campo de lo sagrado, introduciéndonos en el misterio de Dios que nos reviste del don de la gracia y santidad.

El arte navideño es el preludio de la espiritualidad cristiana, ya que él nos presenta en vivas imágenes, la belleza encarnada y humanada del Hijo de Dios, el Cristo cósmico y el Mesías esperado. La idea y el acontecimiento de la navidad encierra tanta bondad y ternura, tanta belleza espiritual y riqueza teologal, que nos sirve de tránsito y acceso al misterio de lo invisible. Con la misma plasticidad y belleza artística de la escena navideña, se experimenta ya un pregusto de la futura eternidad. Se vislumbra la irrepetibilidad del ser humano en el misterio insondable.

El sólo contacto con la belleza espiritual del arte navideño nos electriza, nos llena de sensaciones de gracia, calma la sed infinita, eleva el espíritu en rapto amoroso, entramos en experiencia íntima de convicción de que nos hallamos en otro lugar. El espacio-tiempo se vuelve gozo inefable. Ante el misterio de lo que contemplamos actúa la fuerza de la luz cromática que disipa las tinieblas de las dudas. El misterio de este arte nos purifica y adquiere la fuerza de la razón, de la certeza y la revelación, se hace verdad, Palabra de Dios dicha con belleza de imágenes.

Tanto interés encierra el tema navideño, que a lo largo de la historia del arte, siempre ha cautivado a los más grandes artistas de todos los tiempos, compitiendo cada uno por ofrecernos la más bella revelación del misterio. Y lo más importante es que todos se esfuerzan por presentarnos la idea teológica llena de belleza espiritual. Hay en su arte una exuberancia milenaria de inteligencia que nos hace disfrutar de ese sentido de lo trascendente. Es un arte que  invita al espíritu a penetrar en el campo de lo sagrado. Lugar santificado donde todo está purificado con el símbolo de la luz, cual vestido de los bienaventurados.

Toda la ternura que rezuma el arte espiritual de la navidad, no es más que una pequeña visón de la belleza celeste, de ese espíritu encarnado en la naturaleza. Aquí lo divino se hace el centro de la representación del arte, pero concebido como algo que nos lleva a la unidad absoluta. Lo divino se nos presenta con una fuerza tal de atracción, que no se dirige a los sentidos ni a la imaginación, sino a la sede del alma como centro neurálgico de nuestra transcendencia. Sitúa nuestra persona en el vértice de lo poético y lírico de lo sublime, de forma tal, que cuando lo divino sale de la abstracción, se vuelve susceptible para ser representado y contemplado, alabado y venerado. Así nos presenta el arte navideño al Dios inmortal viviendo en carne mortal.

En los motivos navideños hay diferenciadas dos bellezas artísticas que nos atraen y ambas nos seducen. La hermosura corpórea que arrastra y atrae nuestros ojos con un poder cautivador e invisible, y a su vez, la belleza espiritual latente en toda la escena, como belleza que penetra nuestra alma. La belleza corporal o terrenal, actúa en este arte como un rayo o vestigio de aquella otra invisible inmersa de hermosura. Al tiempo que la espiritual se revela con la fuerza de lo celeste y divino, superando a la belleza encarnada en lo corpóreo. La perfección interior engendra la exterior. La hermosura exterior recrea el gusto y los sentimientos; la belleza interior eleva el espíritu y perfecciona el amor, le hace crecer en la dimensión del amor divino. Aquí toda manifestación de amor se perfecciona y participa en la beatitud celeste. Cuerpo y espíritu, unidos en armonía por la belleza total, se abren al infinito de gracia recibida por la belleza de lo divino.

Si este arte encierra en sí tanta belleza de atracción, es porque lleva en sí esa revelación del amor de Dios encarnado, hecho presente ante nuestros ojos. Por eso, el mensaje central de este  arte, es la misma caridad divina del Dios Amor, manifestado en la ternura de ese Niño que es el Hijo de Dios, el Hijo del Amor. Dios es Amor, dice San Juan, pero no un amor solitario, sino un amor de comunión de personas. Creer en este amor eterno manifestado en el Hijo, es crecer en el espíritu de amor que nos invita a la perfección Trinitaria. “En verdad, ves la trinidad si ves el amor” (S. Agustí, De Trinitate, 8, 8,12). ¿Cómo no va a seducirnos este arte que lleva en sí la misma belleza increada?

El alfa y omega del arte y espíritu, se encuentran y se unen aquí para que sea la Luz del Espíritu la verdadera revelación de la belleza espiritual que se nos comunica. En cada nacimiento -portal de Belén-  se puede contemplar la Belleza divina que nos salva. Es ese Amor inefable manifestado en el Hijo, cuya visión hace desbordar al alma presintiendo la infinita Belleza que nos llegará en la luz del Octavo Día. Es el mismo Espíritu Santo el que hace radiante la humanidad de Cristo, que nos ilumina “cual lámpara divina”, para que intuyamos esa belleza fulgurante que Cristo posee y se revela en humilde manifestación.

Dejemos que estos día de la Navidad se espiritualicen nuestros ojos con este arte de nacimientos y belenes, ya que ellos nos hablan de la auténtica Verdad y Belleza, de lo finito e infinito, que nos viene revelado con el Hijo. Toda la belleza del arrebatamiento espiritual, teológica y dogmática, nos viene como doctrina de la Encarnación que revela la Gloria de Dios, manifestada en el Hijo. Dejemos que nuestros ojos se llenen de la luz celeste que irradia este arte, donde la misma Belleza ha venido a resplandecer en todo su fulgor salvífico, deificando la belleza manifestada en el rostro de Cristo, que actúa y santifica nuestro espíritu.

lunes, 3 de septiembre de 2012

JOSÉ NAVARRO GABALDÓN (CENTENARIO)

Vivimos de recuerdos. Los bellos acontecimientos nunca pasan. Hay bellas efemérides que son hitos imborrables de la historia. SANTUARIO no se ha olvidado en su cincuenta aniversario del artístico acontecimiento de 1962, el IV Centenario de la muerte de San Pedro de Alcántara, en cuyo honor mandó hacer una bellísima talla del Santo para perpetuar su memoria, escogiendo al artista D. José Navarro Gabaldón, que fue elegido en  concurso nacional.

Con este acontecimiento queremos recordar también la memoria de este artista de Dios que con sus místicas creaciones de arte, llenó nuestras mentes de religiosas reflexiones espirituales. José Navarro Gabaldón se dejó trabajar por la belleza de Dios con ese arte que predice la belleza celeste. Su arte profetiza sin palabras la riqueza infinita de esa beldad increada que a él se le dio a conocer. La fe que proclama su arte, hoy es un grito religioso y espiritual que sigue evangelizando a los de buena voluntad, que tienen hambre de hermosura y esperan la llegada reinante de esa Gran Belleza. Navarro Gabaldón nos presenta la espiritualidad del arte como una auténtica vía de revelación. La belleza de su arte es una obra de amor que nos enseña a “saber mirando y a mirar sabiendo”.  En paralelo a la visión de los santos, él vivió impregnado de la infinita belleza de Dios, hasta quedar tocado de la santidad que dimana de esa hermosura celeste que él trató de comunicarnos. Justo es que al recordar este evento del Santo, recordemos la  obra de este artista de Dios que nos ha legado una espiritualidad mística cargada de belleza.

Con unos breves datos sobre José Navarro Gabaldón, presentaré lo más importante de la biografía de este artista, hoy considerado entre los críticos como uno de los mejores escultores de nuestro tiempo, de forma especial en su arte religioso.

José Navarro Gabaldón nació el 1917 en Motilla del Palancar (Cuenca), El quinto de seis hermanos. Su afición por el arte le vino de su padre, ebanista y artesano carretero. En el taller de su padre realizó pequeños trabajos, como la paloma del tornavoz del púlpito para la ermita de la Virgen de su pueblo, que le valieron el encargo del proyecto para el retablo de dicha ermita destruida por la guerra. Bellos fragmentos de ese retablo, los llevó a Cuenca a la Exposición Provincial de la Organización de Educación y Descanso, obteniendo el Primer Premio de dicha Organización en talla de madera. Más tarde, presentó dos de las esculturas del retablo de la ermita del Palancar, en la Exposición Nacional del Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde también obtuvo el Primer Premio Nacional de Escultura.

Después de estos éxitos, en 1943, la Excelentísima Diputación Provincial de Cuenca, le concedió una beca para que ingresara en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, Madrid. Terminó sus estudios en 1949, con Matrícula de Honor y un Premio del Estado. Por su buen expediente académico en 1950, La Real Academia de Bellas Artes, le concedió una beca para ampliar sus conocimientos artísticos en distintas ciudades de Italia y París.

Entre 1950 y 1960, realizó varias esculturas de importancia, entre otras: un San Juan de Ávila, para la capilla del Cerro de los Ángeles. Un San Francisco para Jaén de bella factura. Ganó también, en el concurso restringido para escultores convocado por los PP. Jesuitas, para realizar la imagen de Nuestra Señora del Remedio, destinada a los nuevos colegios de Chamartín. En 1958 la escultura de Melchor Cano, expuesta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, causó tanta admiración que tuvieron que prolongarla varios días. Y en 1960, también ganó el Primer Premio para realizar una Inmaculada en piedra,  concurso convocado por la Compañía de Jesús (en Navarra).

El concurso convocado por los PP. Franciscanos en Arenas de San Pedro (Ávila) el 1962, para erigir una estatua y celebrar el IV centenario de la muerte de San Pedro de Alcántara, José Navarro Gabaldón obtuvo el Primer Premio. Para impregnarse de la espiritualidad del santo, vivió un tiempo en el mismo Santuario de Arenas, donde conoció a Fr. Jesús de la Cruz, el mejor y más fiel imitador del santo con gran parecido a él, al que tomó por modelo creando una obra maestra de San Pedro, de la que fui testigo ocular en su realización. Pasada al bronce, se colocó en la Plaza de Arenas de San Pedro, frente al Castillo de D. Álvaro de Luna. Anteriormente estuvo expuesta en la Biblioteca Nacional de Madrid, causando tal sensación la mencionada obra, que obtuvo los mejores elogios de toda la crítica de arte, de la que el Marqués de Lozoya –gran conocedor del arte- dijo: “que era una obra que se colocaba a la cabeza del arte Europeo, poniendo lo transcendental al servicio de la fe”. Al mismo D. José María Oriol, Marques de la casa de Oriol, le causó tal impacto, que le encargó una réplica de mayor tamaño, para la ciudad de Alcántara (Cáceres).


Sus muchas obras hoy  están diseminadas por la geografía española, de las que destacamos: Santísima Trinidad, Apocalipsis, Bautismo y Condenados, además de vitrales, esculturas, forjas, bronces, piedras, mármoles, vidrieras en color, con figuras todas ellas llenas de espiritualidad. Pero inesperadamente, el 9 de septiembre de 1978, José N. Gabaldón, cerró los ojos a la belleza humana para abrirlos a la infinita belleza de Dios.

El arte de José Navarro Gabaldón es totalmente espiritual, nace de lo más profundo de esa mística de la belleza que él vivió y heredó de una madre enteramente religiosa. Fue un hombre de profunda fe, de bondad visible, con una sensibilidad que reflejaba, tanto en palabras como en obras de arte espiritual, esa belleza de atracción terrible, en la que él intuía la verdad que acontece en esa revelación que nos viene de Dios y se manifiesta en la obra del artista. Su arte de belleza espiritual nos interpela, está cargado de teología y sentimientos místicos. Es un arte que reza, que nos habla de Dios, que “invita al rigor del puro misticismo”. Es ese arte que quiere eternizarse invitándonos a vivir la transcendencia de lo humano. Hay tanta unidad de armonía, lirismo de belleza, fuerza de conocimiento, sensibilidad cargada de verdadero amor espiritual, que su arte constituye una gran revelación religiosa y mística.

Sólo un instante ante la talla de San Pedro de Alcántara, sita en la plaza de Arenas de San Pedro (Ávila), para que la fe dialogue en nuestra mente. Es una figura en la que queda inmortalizada la pasión del espíritu por alcanzar esa Belleza sublime que nos viene de lo alto. Gabaldón presenta al santo como en éxtasis sublimado y arrebatado hacía el empíreo de Dios. En lo más alto, su cabeza emerge de la capucha como el pistilo de una flor que dialoga con lo eterno, cargado de ese amor infinito que busca el néctar de Dios. El pecho abultado, como sede de los sentimientos humanos, quiere salir para entregarse al amor. Sus brazos están abiertos en actitud de donación. Sus manos flotan al aire como una oración suplicante que intercede ante el Padre, una tendida al cielo para recibir las gracias y la otra inclinada para trasmitir los dones y bendiciones recibidos. Su capa y hábito raidos como la aspereza de un tronco, reflejan la pobreza humana, pero están llenos de belleza y armonía espiritual. Sus pies no pisan la tierra, su figura de bronce no pesa, se vuelve etérea, totalmente espiritual, ascendente. Hay en todo él un lenguaje de arte que cala en el espectador, que le invita a la oración, a la paz, a la ternura, a entrar en diálogo con Dios, a sentirse envuelto por el misterio, a saberse pequeño universo donde habita Dios. También el espectador en su mirada se deja seducir y envolver por la gracia, se hace puro, se olvida de sí mismo. Es la fuerza del arte espiritual que cautiva y lleva en sí misma la gracia y belleza de Dios.

Amigo Gabaldón, artista de Dios, la belleza de tu arte sigue viva, no pasará, nos interpela más, porque habla con ese lenguaje profético que proclama la infinita belleza de Dios. Que tu arte nos de ojos para ver mejor a Dios.