Hace más de una década en la que Castilla-León sorprendió a la cultura con una idea innovadora de belleza, sacando y exponiendo la riqueza de su arte de siglos, para mostrarlo como el resumen de la fe de una Iglesia, que vivió y sintió el seguimiento de Cristo, que hizo catequesis, teología y vida religiosa para un pueblo que creció en sensibilidad estética y en vida espiritual, haciendo de la belleza de su arte sacro, auténtica vivencia de evangelio y real comunión vivencial de Iglesia.
La humilde Castilla, la que no ha contado tanto para la industria y el progreso actual, es la que ha sabido intuir a tiempo la idea evangélica y eclesial, sacando del arca histórico las razones de su fe, con un arte que ilumina el pasado y que hoy lanza rayos de luz que destruyen las tinieblas de ese túnel oscuro de nuestro tiempo, donde la fe se tambalea con presentimientos de abandono, de ceguera y errores, con paralización del espíritu cristiano. La fascinación creativa del espíritu artístico cristiano que tanto brilló en otro tiempo, ahora está desembocando en lo efímero, vacuo y pasajero, que deja temblando la fe y heridos los sentimientos religiosos. Mientras otros dormían prodigando esos “happening de esnobismos”, instalados en brillantes salas de exposiciones, laureando un arte negativo, hoy calificado como “Falto de fe y sentido, que caracteriza la posmodernidad”, mostrando un arte que nada revela y ha dejado de ser portador de fe. Ante esta situación Castilla-León sacó en sus góticos templos las “Edades del Hombre”, como grito profético de un pasado que reclama la vuelta a la belleza del arte religioso.
Hoy las “Edades del Hombre” se han convertido en voz de la Iglesia, una voz que se hace eco de teología y catequesis renovadora de fe. De ahí que hayan sido imitadas no solo en la geografía nacional, sino tomada por modelo a imitar por la misma Iglesia en otras naciones. Con las Edades del Hombre, Castilla-León ha mostrado el valor religioso contenido en ese esplendor artístico de sus templos, donde la belleza religiosa trasforma nuestro sentimiento en acto de fe, en llamadas de reflexión mediante la estética y el arte de belleza que lleva a Dios, reflejando lo santo y sagrado, la unidad del hombre con la transcendencia y el ansia de llegar a comprender y vivir la eternidad.
Hoy las “Edades del Hombre” se han convertido en voz de la Iglesia, una voz que se hace eco de teología y catequesis renovadora de fe. De ahí que hayan sido imitadas no solo en la geografía nacional, sino tomada por modelo a imitar por la misma Iglesia en otras naciones. Con las Edades del Hombre, Castilla-León ha mostrado el valor religioso contenido en ese esplendor artístico de sus templos, donde la belleza religiosa trasforma nuestro sentimiento en acto de fe, en llamadas de reflexión mediante la estética y el arte de belleza que lleva a Dios, reflejando lo santo y sagrado, la unidad del hombre con la transcendencia y el ansia de llegar a comprender y vivir la eternidad.
Este movimiento artístico ha creado una atmósfera cultural cristiana, que está dejando señales y abriendo caminos para construir una nueva etapa renovadora para el hombre de fe, donde el arte siga siendo la fuerza de apoyo en ese seguimiento evangélico que ofrece la Iglesia católica. La llamada de este arte sacro, es un anuncio evangélico que proclama el mensaje de la Verdad divina, que encamina hacia el bien absoluto, que pone en evidencia la unidad, la bondad, la belleza religiosa de la auténtica Verdad, manifestada en toda la creación. Desde este aspecto, las Edades del Hombre han tomado a su cargo el ser testigo del arte sacro, al tiempo que medio evangelizador y transmisor de fe, ya que su misión está basada en servir de apertura intrínseca del hombre hacia Dios, desenmascarando el arte que no tiene trasfondo ni fin religioso. El arte de las Edades acerca el hombre a Dios, le impulsa a una búsqueda de valores más altos y espirituales, lleva ese vivir la riqueza de dones y carismas, que llenan la vida de santidad, creando un mundo nuevo y una tierra nueva decorada con la belleza de Dios.
Si la gente busca ese arte de las Edades, es porque ese arte posee un intrínseco valor sagrado, es un arte religioso y espiritual que habla de Dios, un arte que muestra a los visitantes ese Dios vivo en el que creen. Es un arte de belleza que habla con la realidad de la verdad que entra por los ojos hasta el fondo del alma. Un arte teologal que es fruto de la fe de un pueblo que durante siglos veneró la presencia de Dios en sus imágenes. Es un arte sacramental, un arte creado para vivirlo en liturgia devocional cristiana, resaltando la conexión de unión e interrelación que existe entre el arte y la fe, entre el hombre y Dios. Es también un arte que infunde amor por lo sagrado, por lo bello, por la religiosidad de la fe. Un arte que anima e impulsa a seguir mostrando el esplendor de la belleza, sin dejarse seducir por la cobardía de modernismos que defraudan y oscurecen la fe.
Con estas exposiciones la Iglesia está promocionando ese precioso legado de la tradición, testigo privilegiado de un patrimonio cultural que pide ser trasmitido a las nuevas generaciones. Sirve también de testigo de belleza para el mundo de hoy y el que nos precede. El artista como la Iglesia, son testigos de belleza y fe. Una fe que está en permanente diálogo con la cultura, que se convierte en itinerario fiel que conduce al ser humano a ese vivir y atestiguar la fe y la belleza de Cristo. Toda forma autentica de arte, como el que se expone en las Edades, muestra verdaderas vías de acceso a la realidad cultural, en ese diálogo sincero del hombre con el mundo y con Dios. “La búsqueda extraña de la belleza (dijo Benedicto XVI, mensaje de la belleza, 30-11-12), o búsqueda humana que se separa de la verdad y la bondad, se transforma en un itinerario que desemboca en lo efímero, banal y superficial”. La verdad y la belleza son el diálogo cultural que ofrecen las Edades del Hombre, pero un diálogo renovado donde brilla la estética y la ética, la belleza armónica y la bondad, la fe y el sentido sagrado de la vida, sin engaños ni subterfugios.
Si la gente busca ese arte de las Edades, es porque ese arte posee un intrínseco valor sagrado, es un arte religioso y espiritual que habla de Dios, un arte que muestra a los visitantes ese Dios vivo en el que creen. Es un arte de belleza que habla con la realidad de la verdad que entra por los ojos hasta el fondo del alma. Un arte teologal que es fruto de la fe de un pueblo que durante siglos veneró la presencia de Dios en sus imágenes. Es un arte sacramental, un arte creado para vivirlo en liturgia devocional cristiana, resaltando la conexión de unión e interrelación que existe entre el arte y la fe, entre el hombre y Dios. Es también un arte que infunde amor por lo sagrado, por lo bello, por la religiosidad de la fe. Un arte que anima e impulsa a seguir mostrando el esplendor de la belleza, sin dejarse seducir por la cobardía de modernismos que defraudan y oscurecen la fe.
Con estas exposiciones la Iglesia está promocionando ese precioso legado de la tradición, testigo privilegiado de un patrimonio cultural que pide ser trasmitido a las nuevas generaciones. Sirve también de testigo de belleza para el mundo de hoy y el que nos precede. El artista como la Iglesia, son testigos de belleza y fe. Una fe que está en permanente diálogo con la cultura, que se convierte en itinerario fiel que conduce al ser humano a ese vivir y atestiguar la fe y la belleza de Cristo. Toda forma autentica de arte, como el que se expone en las Edades, muestra verdaderas vías de acceso a la realidad cultural, en ese diálogo sincero del hombre con el mundo y con Dios. “La búsqueda extraña de la belleza (dijo Benedicto XVI, mensaje de la belleza, 30-11-12), o búsqueda humana que se separa de la verdad y la bondad, se transforma en un itinerario que desemboca en lo efímero, banal y superficial”. La verdad y la belleza son el diálogo cultural que ofrecen las Edades del Hombre, pero un diálogo renovado donde brilla la estética y la ética, la belleza armónica y la bondad, la fe y el sentido sagrado de la vida, sin engaños ni subterfugios.
Hoy las Edades del Hombre siguen siendo evangelio de arte y de belleza, lugar de encuentro entre el hombre y Dios. Evangelio viviente de luz y belleza. San Mateo en su Evangelio recuerda este pensamiento. “Brille así vuestra luz –y belleza- delante de los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5, 16). En las Edades del Hombre la belleza de las obras manifiesta claramente una verdad y bondad profunda y religiosa, que es coherente con la fe y la santidad, donde la belleza del arte proclama ese evangelio que va más allá y busca lo trascendente, como meta del ser humano. El lenguaje de las imágenes que muestra el arte de las Edades, está cifrado en símbolos que trascienden lo terreno y muestran el amor tranparente que lleva a Dios.
Si hemos querido recordar el arte de las Edades, es porque la belleza que muestran es la gran necesidad que siente el hombre de nuestro tiempo. Sobre todo, porque la belleza es manifiestamente reveladora de Dios, una manifestación pura y gratuita, que invita a la libertad y vence al egoísmo, que es lo que más está necesitando el hombre de nuestro tiempo. Las Edades pretenden mostrar a Dios por el arte, como un signo renovador de la presencia de Dios. Sus imágenes hablan como signo visible del Dios invisible. Señalan un camino de belleza que nos cubren de luz y nos envuelven en la Luz de aquel que es la Luz, la Vida y la Belleza. Es un mensaje que debe ser recordado, vivido y actualizado.