miércoles, 26 de enero de 2011

RECUPERAR EL ARTE SACRO

La aurora de un nuevo amanecer de la belleza, lucha denodadamente frente a las tinieblas que nos envuelven de un arte en decadencia que se prolonga en demasía. El arte sacro en la Iglesia quiere volver a tomar el mando frente a la cultura laica, que ha pretendido sustituir  la imagen sagrada por iconos ausentes de belleza y de fe religiosa. El afán de los que pretenden sustituir la imagen sagrada por la densa materia que anula la transcendencia espiritual, ahora  se sienten incómodos porque los fieles buscan y reclaman de nuevo lo sagrado del arte,  no sólo en la trascendencia de la mente y el espíritu, sino también en la belleza tangible que sensibiliza el alma y la persona.

La Iglesia necesita recuperar cuanto antes este sentido de lo sagrado. El arte moderno eliminó fácilmente la belleza evocadora de lo sagrado, prefiriendo un arte seudo-religioso como creación de formas. No toda la culpa reside en el artista, sino también en la falta de formación artística del clero, la poca sensibilidad y el escaso interés teológico por informar a los artistas sobre las verdades de fe y temas sagrados a expresar. A un artista no le basta el estilo personal. Entrar en el arte sacro, sin formación y sin fe, por muy buen artista que sea, nunca intuirá la fruición contemplativa de la mística cristiana ni el pasmo del espíritu. De esta forma, la Iglesia al no participar en la creación con el artista, al dejarle sólo, éste nos ha ofrecido un lenguaje estentóreo, vacío de teología y carente de lo sagrado.

Volver a lo sagrado es lo propio de la Iglesia. Educar en la belleza del arte para que se encarne de nuevo la estética religiosa, unida al sentido espiritual y trascendente. Que el arte religioso nos devuelva la garantía de la presencia de Dios, que ilumina de belleza toda la Iglesia y la de nuestro mundo. Queremos que el arte sacro se vuelva camino seguro que nos lleva a la excelencia de Dios, donde abunda la verdad, la bondad y la belleza, tan necesarias para el verdadero progreso humanitario. Estamos hastiados de imágenes sensuales sin ética y vacías de contenido. Quizás el arte sacro nos devuelva la escala de valores, no sólo espirituales y eclesiales, sino también los éticos, sociales, familiares, humanos y cívicos.

Es tan importante esta vuelta, que volver a lo sagrado es volver a Dios, hacer que la vida tenga sentido y se abandone el camino ciego de lo absurdo. En la literatura bíblica la vuelta a lo sagrado era  la vuelta a lo santo, que sólo es atribuible a Dios, porque sólo en Dios está lo bueno y lo santo (1 Sam. 2, 2). Y en la vida de la Iglesia, lo sagrado se centra en el culto, donde se proclama el amor a Dios y la plenitud de Cristo, como centro de valores salvíficos y realidades sagradas. Si el arte sagrado nos evoca a Dios, es porque Dios en las imágenes santas nos está buscando a nosotros. Es una perspectiva de búsqueda que nos sitúa en el umbral de lo sagrado. Nuestro reto es construir un arte que eternice lo sagrado.

El arte en la Iglesia tiene que volver a tomar el sentido evangélico de comunicar la belleza sagrada de Dios. Juan Pablo II decía que “el arte tiene que iniciar una nueva evangelización” Que las obras artísticas tomen carácter religioso de anuncio de buena nueva; de mirada espiritual con fuerza sagrada y poder misterioso, que confieran la profunda trascendencia que nos revela su epifanía. Queremos un arte impregnado de valor teofánico que nos ayude a ver mejor al que es totalmente “Otro”, que llene nuestra mente de esa belleza sacra, que habla desde la transparencia con la luz del nuevo resplandor.

El arte de hoy necesita urgentemente oír otra voz más pura, una palabra más limpia que tenga ojos de fe, con fundamentos en la verdad sagrada, que nos trasmita apoyos de sublime servicio. “La verdad es la que nos hará libres”, como la belleza cambiará nuestra estética. La realidad sacra puede que tenga sentido de misterio impenetrable para el que no vive la dimensión de la fe, pero para los que han dado el paso en busca de la verdad, o regeneran la belleza de su fe con la vida y evangelio de Cristo, o agonizarán tristemente de inanición aplastados por un subjetivismo sentimental y caprichoso.

En esta búsqueda de autenticidad espiritual, el espacio redimido por la belleza, se dilatará  en el infinito de lo sagrado, dando en la Iglesia al verdadero arte, el sentido escatológico que no sólo educa sino que puede  disfrutarse recreando las formas inherentes que unifican la verdad con la estética, estableciendo así una penetrante teología de la belleza que nos permite elevarnos a Dios y participar de su propia hermosura.

En la medida en que nos abramos a la verdad sentiremos el hambre por el verdadero arte sacro, que conecta nuestro mundo con el espíritu. Uno de los padres griegos, San Máximo, habla de un cierto carisma artístico que nos introduce en la belleza de la verdad: “el fuego del amor divino y el estallido fulgurante de su belleza, en el interior de cada cosa, nos hará ver la verdad” (PG. 91, 1148). Necesitamos mucha gracia ocular que capacite la visión de nuestra pobre  belleza. Tal vez el arte sacro nos capacite para entrar en el misterio de ese  mundo transfigurado por la belleza. Que la estética de lo sacro se haga servicio del espíritu que ilumine el núcleo espiritual de la verdad.