La Iglesia
necesita recuperar cuanto antes este sentido de lo sagrado. El arte moderno
eliminó fácilmente la belleza evocadora de lo sagrado, prefiriendo un arte
seudo-religioso como creación de formas. No toda la culpa reside en el artista,
sino también en la falta de formación artística del clero, la poca sensibilidad
y el escaso interés teológico por informar a los artistas sobre las verdades de
fe y temas sagrados a expresar. A un artista no le basta el estilo personal. Entrar
en el arte sacro, sin formación y sin fe, por muy buen artista que sea, nunca
intuirá la fruición contemplativa de la mística cristiana ni el pasmo del espíritu.
De esta forma, la Iglesia al no participar en la creación con el artista, al
dejarle sólo, éste nos ha ofrecido un lenguaje estentóreo, vacío de teología y
carente de lo sagrado.
Volver a lo
sagrado es lo propio de la Iglesia. Educar en la belleza del arte para que se
encarne de nuevo la estética religiosa, unida al sentido espiritual y
trascendente. Que el arte religioso nos devuelva la garantía de la presencia de
Dios,
que
ilumina de belleza toda la Iglesia y la de nuestro mundo. Queremos que el arte
sacro se vuelva camino seguro que nos lleva a la excelencia de Dios, donde
abunda la verdad, la bondad y la belleza, tan necesarias para el verdadero
progreso humanitario. Estamos hastiados de imágenes sensuales sin ética y
vacías de contenido. Quizás el arte sacro nos devuelva la escala de valores, no
sólo espirituales y eclesiales, sino también los éticos, sociales, familiares,
humanos y cívicos.
Es tan
importante esta vuelta, que volver a lo sagrado es volver a Dios, hacer que la
vida tenga sentido y se abandone el camino ciego de lo absurdo. En la
literatura bíblica la vuelta a lo sagrado era la vuelta a lo santo, que sólo es atribuible a
Dios, porque sólo en Dios está lo bueno y lo santo (1 Sam. 2, 2). Y en la vida
de la Iglesia, lo sagrado se centra en el culto, donde se proclama el amor a
Dios y la plenitud de Cristo, como centro de valores salvíficos y realidades
sagradas. Si el arte sagrado nos evoca a Dios, es porque Dios en las imágenes
santas nos está buscando a nosotros. Es una perspectiva de búsqueda que nos
sitúa en el umbral de lo sagrado. Nuestro reto es construir un arte que
eternice lo sagrado.
El arte en la
Iglesia tiene que volver a tomar el sentido evangélico de comunicar la belleza sagrada
de Dios. Juan Pablo II decía que “el arte tiene que iniciar una nueva evangelización”
Que las obras artísticas tomen carácter religioso de anuncio de buena nueva; de
mirada espiritual con fuerza sagrada y poder misterioso, que confieran la
profunda trascendencia que nos revela su epifanía. Queremos un arte impregnado
de valor teofánico que nos ayude a ver mejor al que es totalmente “Otro”, que
llene nuestra mente de esa belleza sacra, que habla desde la transparencia con
la luz del nuevo resplandor.
El arte de hoy
necesita urgentemente oír otra voz más pura, una palabra más limpia que tenga
ojos de fe, con fundamentos en la verdad sagrada, que nos trasmita apoyos de
sublime servicio. “La verdad es la que nos hará libres”, como la belleza
cambiará nuestra estética. La realidad sacra puede que tenga sentido de
misterio impenetrable para el que no vive la dimensión de la fe, pero para los
que han dado el paso en busca de la verdad, o regeneran la belleza de su fe con
la vida y evangelio de Cristo, o agonizarán tristemente de inanición aplastados
por un subjetivismo sentimental y caprichoso.
En esta
búsqueda de autenticidad espiritual, el espacio redimido por la belleza, se
dilatará en el infinito de lo sagrado,
dando en la Iglesia al verdadero arte, el sentido escatológico que no sólo
educa sino que puede disfrutarse
recreando las formas inherentes que unifican la verdad con la estética,
estableciendo así una penetrante teología de la belleza que nos permite elevarnos
a Dios y participar de su propia hermosura.
En la medida en que nos abramos a la verdad sentiremos el hambre por el verdadero arte sacro, que conecta nuestro mundo con el espíritu. Uno de los padres griegos, San Máximo, habla de un cierto carisma artístico que nos introduce en la belleza de la verdad: “el fuego del amor divino y el estallido fulgurante de su belleza, en el interior de cada cosa, nos hará ver la verdad” (PG. 91, 1148). Necesitamos mucha gracia ocular que capacite la visión de nuestra pobre belleza. Tal vez el arte sacro nos capacite para entrar en el misterio de ese mundo transfigurado por la belleza. Que la estética de lo sacro se haga servicio del espíritu que ilumine el núcleo espiritual de la verdad.