Queremos que nuestra reflexión
sobre el buen gusto nos abra caminos de belleza, que nos ayuden a salir y
luchar contra la cultura dominante del mal gusto que quiere imperar. Ya en el
siglo V antes de Cristo, Protágoras dijo que: “el buen gusto del hombre es la
medida de todas las cosas”, pero en nuestro tiempo, hay muchos empeñados en
invertir la visión de Protágoras, haciendo que: “el mal gusto de las cosas sean
la medida del hombre”.
No podemos cerrar los ojos ante
ese mal gusto. El arte hoy vive una crisis aún peor que la social que
padecemos. La crisis del mal gusto envilece la persona, deshumaniza la sociedad
y la hace groseramente rebajar su dignidad. Ahí está como prueba ese vandalismo
lleno de agresividad, la tosquedad de la xenofobia, la violencia organizada, el
gusto estragado que algunos exhiben, como signo sensible de la falta de cultura
y testimonio visible de la ausencia del buen gusto (Enrique González. El Renacimiento del Humanismo. BAC. 2003).
Y si nos fijamos en el arte, el
mal gusto no sólo ha roto la armonía de la belleza, sino que quiere arrasar,
destruir e imponerse como un nuevo estilo de vida, a costa de dejarnos
huérfanos de belleza. Lo terrible es que hasta algunos que se consideran como
intelectualmente preparados, les parezca bien estas manifestaciones del mal
gusto artístico e intenten que sean aceptadas por la sociedad, tal vez
premeditadamente, para destruir los mejores valores de nuestra civilización,
creando una cultura del vacío y de la muerte, en contraposición a la cristiana
y espiritual.
Cada día tiene más adeptos esta
cultura del mal gusto. El arte kitsch (palabra
alemana que define a ese arte del mal gusto), quiere de nuevo imponerse.
Incluso algunos hacen loas sobre ese arte tan vulgar de nuestro tiempo, para
que sea la estética ideal imperante de nuestro gusto. La osadía de este
movimiento, que exhibe un arte estéticamente considerado de lo más burdo y
empobrecido, vacío y moralmente dudoso, es intentar convertir la verdadera
estética en pantomima, desacreditándola de tal forma, que fácilmente se inocule
el mal gusto y ejerza poder sobre la persona (Valerio
Bozal. El gusto. Gráficas
Rógar, 1996).
Para los no entendidos en el arte, les diré que el diccionario artístico
define este arte como el más horroroso. Es el gusto por lo hortera y el placer
por lo horrendo. Diríase que es la esencia del mal gusto llevado a su máxima
expresión. Con hirientes colores en negro profundo, violetas y amarillos ácidos,
tonos apastelados y chillones, magenta en excesivo matiz, con totales
desajustes de formas y figuras, es su forma de expresarse. Sin embargo, sigue
habiendo algunos que quieren elevar a los altares todo aquello que nos hiere la
vista y flagela el criterio estético, porque su marcado fin es deseducar
nuestro gusto y conseguir el efecto contrario, hasta dejar que ese arte nos
atrape, cual película de terror, y se
habitúe en nosotros la estética de la perversión.
No es sólo este movimiento, junto
a él camina el Arte Camp, el Pop Art, el Nuovi Nuovi, el Arte conceptual, el
Arte abstracto, el Cubismo, el fauvismo, el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo,
vanguardismo y otros ismos similares.
Todos estos movimientos intentan crear
estructuras mentales que falsean la realidad, haciendo parodias que
ridiculizan la verdadera estética y el buen gusto. Son gritos alarmantes que
proclaman el descenso y bajo nivel de belleza de nuestro tiempo. No podemos ni
debemos dejar que se prostituya el buen gusto que eleva y dignifica la persona.
Y mucho menos debemos dejar que nos domine el arte del mal gusto, cambiando
nuestra pauta estética, para dejar que impere el arte decadente que quiere
constituirse en norma estética.
Si denunciamos este mal gusto es
porque queremos que vuelva la belleza auténtica del buen gusto, que humanice de
nuevo nuestro tiempo y nos llene los ojos de placer estético. Es necesario que
retornemos a la auténtica belleza
estética; que ella se constituya en el centro mismo de las relaciones humanas,
que llene nuestra vida y el mundo que nos rodea de viva armonía que da sentido,
alegra y sacraliza nuestra existencia.
El buen gusto en el ámbito de la
Iglesia ha sido siempre el criterio de valoración en el arte e iconos de
belleza, mostrando la preferencia del gusto que eleva y sublima nuestros
pensamientos, espiritualizando la vida hacia el trascendente. Tener y cuidar la sensibilidad del buen gusto,
como a su vez el sentido estético en el que florece la armonía y la belleza, es
contribuir a crear recintos sagrados, dejando que el sentido espiritual se
llene de placer estético, se universalicen los criterios de verdad, afloren las
ideas y sentimientos religiosos, donde la vida recupera los valores permanentes
y se historializa toda nuestra vida de sacra belleza.
Saber purificar el espacio de
nuestro gusto desde el ámbito de la Iglesia, es saber culturizar el tiempo y la
existencia apoyados en principios fundamentales, para que la vida recupere el
estrado de belleza perdido, superando el tiempo y espacio de ese terreno marcadamente
vacío. Luchar por hacer un mundo mejor, donde la tierra sea reflejo de lo
celeste, es la misión de la Iglesia. Mejorar la naturaleza artística mediante
el respeto y la armonía del buen gusto, es embellecerla, llenarla de criterios
de riqueza humanística que polarizan nuestra existencia.
Si en la Iglesia volviéramos la mirada a valores estéticos del medioevo, como también
al arte del renacimiento o del barroco,
descubriríamos fácilmente cómo aquellos hombres reflejaron con el arte del buen
gusto un oriente alentador, haciendo de la vida el ideal de búsqueda de la
belleza y perfección, ofreciendo a las generaciones futuras connotaciones con
sentido profundamente religioso, convirtiendo el tiempo y el espacio en lugar y
presencia de Dios. Su idea era hacer del mundo un templo de belleza y de
alabanza. En su concepción ordenaron el templo con estética y simetría, en
perfecta analogía al cuerpo humano bien proporcionado. De ahí que “el templo
recuerde al hombre tendido con los brazos en cruz, idea que lleva a pensar en
la imagen del Crucificado”, juntando a la vez armonía, belleza, buen gusto y
fe.
El que sienta hoy inquietud por
la verdad, la bondad, el bien y la belleza, fácilmente descubrirá que el buen
gusto se articula perfectamente con la gracia y la presencia del invisible;
fundamentos para que la vida se eleve a grados más sublimes, haciendo que la
existencia sea una mística del buen gusto que restituya las posibilidades de
entrar en ese mundo mejor, habitado por la armonía y en conexión directa entre
la gracia, lo sublime y el trascendente.
Se ha dicho de Sócrates que con
su “bien pensar y ver las cosas bellas, bajó la filosofía del cielo para que
habitara entre los hombres”. Sin duda
que la lámpara de sus pensamientos ha sido el mejor espejo, donde muchos
artistas se han mirado para iluminar sus
inspiraciones, ya que educando el gusto, la imaginación empieza a sustituir lo
que extorsiona la belleza y abre ventanas internas a la configuración de la
armonía, como cercanía de lo santo y perfecto.
El esteta Oliver Bruner señala el
“estrecho parentesco que existe entre imaginación y buen gusto”. Para él, tener mayor o menor delicadeza es lo
que distingue a un hombre culto de otro vulgar. A partir de esta estructura psicológica
podremos darnos cuenta la importancia del buen gusto frente a la inculturación
humana. Todo lo que es bello, gracioso y
bueno, incide siempre en nuestro gusto
ofreciéndonos placer estético, ya que llena nuestro ánimo de encantos y gratas
sorpresas.
Cuando miramos ese arte del mal gusto sentimos herido nuestro
interior, pues queramos o no, las imágenes de esos modelos dejan huellas en el
universo del ser humano; de ahí las reacciones colectivas del pueblo sencillo,
que sufre y experimenta en su mundo el vacío de la realidad amorfa. El arte
cerebral es individual, frío, calculador, mientras que el arte de la belleza y
del buen gusto es colectivo, dinámico, vibrante, sensible, está en contínuo
proceso de danza espiritual, en energía de misteriosa revelación. En ese arte,
el ser humano se siente integrado en el mundo de la armonía y la belleza
espiritual, como se siente unificado con todos los seres y en su belleza
descubre que es hijo del Supremo Hacedor.
Queremos y debemos recuperar el arte del buen gusto, volver a experimentar a Dios en lo más sublime de su belleza, sumergirnos en el misterio que nos rodea, dejar que la existencia se sienta circundada por lazos espirituales que nos unen al trascendente, que todo se haga puerta abierta para el encuentro, vitalidad de sacramento, vivencia mística de la unión, gozo revelador de la gracia, proclama de belleza y amor en autodonación.
Queremos y debemos recuperar el arte del buen gusto, volver a experimentar a Dios en lo más sublime de su belleza, sumergirnos en el misterio que nos rodea, dejar que la existencia se sienta circundada por lazos espirituales que nos unen al trascendente, que todo se haga puerta abierta para el encuentro, vitalidad de sacramento, vivencia mística de la unión, gozo revelador de la gracia, proclama de belleza y amor en autodonación.