Queremos que en SANTUARIO no pase de largo la muerte de Eugenio Trías Sagnier (+ 10—II—2013). Un cáncer de pulmón le ha segado la vida a los 71 años. Era nuestro gran filósofo español, considerado como uno de los más importante pensadores actuales, enmarcado en la línea de Unamuno, Zubiri, Ortega y Gasset y otros. Nos ha dejado una extensa obra escrita (más de 30 libros), principalmente de filosófica, como también grandes aportaciones a la estética, al arte, a la música, como reflexiones, conferencias, charlas y otras colaboraciones de gran valor y pensamiento. Entre sus muchas obras destacamos: Filosofía del límite. Tratado de la pasión. Lo bello y lo siniestro. La edad del espíritu. Filosofía de la religión. El canto de las sirenas y La imaginación sonora. Todas ellas consideradas por la crítica como obras clásicas de pensamiento filosófico-teológico, con fecunda síntesis de belleza y conocimiento, que quedarán como uno de los más sólidos pilares del saber y conocer para futuras generaciones.
Tratar de resumir y enjuiciar en unas breves líneas la categoría de esta obra, podría resultar injusto. Pero no es ese nuestro acometido. Queremos sólo expresar nuestra admiración por su trabajo, por su aportación al pensamiento filosófico y de forma especial, al artístico en el campo de la belleza. En la brevedad de nuestro artículo, haremos unas reflexiones sobre el libro: Lo bello y lo siniestro, ya que entra dentro de nuestro tema y puede ayudarnos en esta búsqueda de la belleza.
De entrada, el título: Lo bello y lo siniestro, son dos términos que parecen contraponerse, aunque el autor nos aclara que se complementan. A lo largo de la obra Trías reflexiona sobre estos dos aforismos. Por una parte tenemos la belleza que nos envuelve ofreciéndonos gozo, fantasía, bienestar, sabiduría e inteligencia. Lo bello despierta en nosotros el sentido de lo sublime, de lo elevado, de lo que hace referencia a lo divino. Sólo cuando lo divino sale de la abstracción es susceptible para ser representado y contemplado. El cristianismo nos hace ver, que Dios inmortal e invisible, se hace visible y mortal en la carne. En su esencia, la belleza nos hace concebir las cosas en pura simplicidad espiritual y luminosa. De ahí que lo bello seduce y se impone de forma total, quiere revelarnos la fuerza que le anima, el impulso que manifiesta su armonía interior viviente, manifestada al exterior con sentimientos que afloran en el alma. Por su carácter simbólico, la belleza física es reflejo de la belleza moral y manifestación de la verdad íntima.
Como contraposición tenemos lo siniestro, que es la limitación de lo bello. En sí mismo, el término hace referencia a lo funesto, a la maldad, a la fealdad, a la falsedad, a la imperfección, a la irracionalidad, como sinónimos de limitación. Lo siniestro por lo tanto, cuestiona la belleza, la limita, la somete a juicio y revisión. La aparición de este límite revela lo siniestro que en la belleza aparente, destruyendo ipso facto el efecto estético. En el arte, en ese límite de lo bello se halla lo siniestro, cuya presencia se mantiene bajo la forma de ausencia y en forma velada, sin ser desvelada, pues su revelación implicaría la destrucción del efecto estético. El carácter apariencial del arte, ilusorio, ficticio, radicaría en esa suspensión. Lo que nos haría recordar que el arte camina como a través de una cuerda, en vertigioso equilibrio, y acompañando al efecto estético. En este extremo lo bello linda con el comienzo de lo terrible que todavía puede soportarse.
Aplicando este término al arte de hoy, constatamos que el arte se encamina por una vía peligrosa, pues trata de apurar ese límite, queriendo sustituir lo bello por lo siniestro, lo feo y deforme. Jugar con lo feo, lo imperfecto, lo negativo y extravagante, es correr el riesgo de pervertir la belleza. Quedarse en este campo, es dejar que domine lo negativo, el mal, desfigurar la realidad para caer en el vacío, en lo fatal. Pues querer rebasar el límite de la belleza, haría tambalear la excelsitud de la estética.
Y después de un análisis de términos, de forma especial hace un recorrido histórico sobre lo que se ha considerado bello en las diferentes épocas, recordando que para los griegos como para los romanos, lo bello era aquello que era limitado, imperfecto y proporcionado, mientras que en épocas posteriores se abre una nueva dimensión estética que va más allá de lo bello, cuya filosofía está relacionada con el concepto de infinitud, expresado con el término: lo sublime.
Trías con este concepto de lo sublime, (tema ya tratado y explorado por Kan), explica la “excelsitud de la estética, que va más allá de la categoría limitada y formal de lo bello”, ya que concebían la belleza bajo “la pura simplicidad espiritual y luminosa”, lo cual pone de manifiesto el carácter limitado de la belleza. Mientras que a través del gozoso sentimiento de lo sublime, entramos en esa apreciación de lo grandioso, lo excelso y la sensibilidad de infinitud. Es más, el sentimiento de lo sublime puede ser despertado por objetos naturales. De esta forma, lo sublime del infinito se hace finito, la idea se hace carne, la razón sensibilidad y moralidad. “El hombre “toca” aquello que le sobrepasa, lo inconmensurable, lo divino se hace presente y patente en la naturaleza”. Así el sentimiento de lo sublime se desenvuelve en esa ambivalencia del dolor y el placer, haciendo que el espíritu entre en conexión con el infinito. La belleza será presencia divina, encarnación, revelación del infinito en lo finito.
A modo de poner a prueba las categorías de lo bello y lo siniestro, nos introduce en hechos de vida y recuerda dos ejemplos de momentos históricos. Por una parte la belleza ideal, en las obras de Bottichelli: “El Nacimiento de Venus” y “Alegoría de la Primavera”, y como contraposición el cine de Hitchcok, en su film el “Vértigo”, como representación de esa necedad del hombre de estar centrado en la propia tragedia. Esto podía cuestionar al pensamiento del arte cristiano que expresa el sufrimiento, la amargura de la pasión, el dolor humano. Pero lejos de eso, encierra en sí la mística de lo espiritual, don-de el dolor queda sublimado por el amor, con la belleza de la bondad que aleja del sentimiento trágico.
Y después de un reflexivo análisis, termina el autor recordándonos que lo bello y lo siniestro conviven en la obra de arte, pues de faltar alguno estaría falta de vitalidad. Pero debe predominar lo bello, quedando lo siniestro en forma velada., y en ningún caso patentiza lo siniestro. El arte transforma y transfigura esos sentimientos semiprohibidos, temidos, tenebrosos, dándoles una forma de vitalidad.
¿Qué hay detrás de ese velo siniestro? se pregunta el autor. Y termina diciendo: “Tras la cortina está el vacio, la nada primordial, el abismo que sube e inunda la superficie (el abismo es la morada de Satanás). Tras la cortina hay imágenes que no se pueden soportar, imágenes de castración, de canibalismo y de muerte. Son escenas repugnantes de asco, presenciadas en ese límite del excremento, de lo más horrible y espeluznante. ¿Puede el arte dejarse dominar por toda esa crudeza de horror y pesadilla?”.
La belleza es siempre un velo que oculta el caos de lo siniestro, pero nos invita a ver lo sublime de la belleza, la cercanía y presencia de lo divino. Poseer y estar en lo bello será como el comienzo, iniciación, punto de partida y singladura hacia el corazón mismo de lo divino. El elegir entre el predominio de lo bello o lo siniestro, media un abismo. No nos dejemos seducir por el canto de sirenas de ese abismo seductor.