Y en este 2013, que es el año de la fe, Arévalo nos ofrece esta 18a edición de Las Edades del Hombre, bajo el lema de “Credo”. Casi un centenar de piezas de arte sacro procedentes en su mayoría de la Comunidad de Castilla-León, exhiben su belleza religiosa para todos los amantes del buen gusto y del arte de belleza. Durante los meses de mayo a noviembre, en tres de sus magistrales iglesias, dedicadas cada una al arte que hace relación al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, se desarrollará la exposición con obras que iluminaron la fe de nuestros antepasados y siguen siendo las que proyectan luz al “credo” de nuestros días.
Anunciación de Berruguete |
Se han escogido obras que van del s. XII al XXI, que proyectan un arte sacro de testimonio, como el alto relieve de los santos: Vicente, Sabina y Cristeta, –de la basílica de San Vicente, Ávila–, como un apostolado de la catedral de Valladolid; el Cristo resucitado de Juan de Juni –de Burgo de Osma, Soria–. El Cristo yacente de Gregorio Fernández y el óleo sobre lienzo “alegoría de la Iglesia”, –diócesis de Segovia–. Será un recorrido por la historia del arte que nos permita ver obras del Greco, de Berruguete, de Alejo de Bahia, de Murillo, de Luis Salvador Carmona, de Goya, de Antonio López, de Benlliure, de Venancio Blanco, de Oteiza, entre otros y por citar algunos. Será un recorrido en el que se pueda disfrutar de todo un patrimonio cultural, como gran y excelente catalizador del potencial artístico y cultural de la región de Castilla-León.
Toda la exposición es un acontecimiento espiritual en el que se celebran los orígenes de la vida, de la búsqueda de la salvación y del cómo la creencia del hombre a través del arte, ha abierto caminos de fe que le conducen y le llevan a Dios. Aquí la obra de arte toma forma para hacerse lenguaje espiritual, oración, pasión, emoción y pensamiento. Es un lenguaje de fe que vitaliza y reclama la viva inmanencia del espíritu; que tiene esa misteriosa fuerza que rejuvenece la existencia con una “vida nueva”; que pone al espectador en fruición contemplativa, en momento existencial de trascendencia, en ese pasmo en éxtasis de espíritu, que deja iluminada y purificada la mente, como engalanada con la “veste blanca” para entrar en esa nueva dimensión de lo sublime y celeste.
La Iglesia de nuestros días debe tomar en serio el encargo del Papa Juan Pablo II, al igual que el de Benedicto XVI, que reclamaban un arte de belleza para iniciar una “nueva Evangelización”. Y no se referían a una repetición del Kerigma ya anunciado, sino de la verdad fundamentada que aflora en la presencia espiritual del arte. La belleza estética en conexión con la belleza espiritual, tienen que actuar como lámpara de la verdad, como fuerza que ilumina y nos seduce, que nos llena de razones para seguir el camino de la fe, que es el que hace emerger la riqueza de la vida de Cristo, el sol que irradia la gracia de salvación a nuestras almas.
El arte sacro que ofrece la exposición de Arévalo en el “Credo”, es la voz profética de hoy que pide revisión y vuelta a la fe; la que denuncia a ese “mentís” una vida frívola y de un arte en vacuidad de fe, en irritante simplicidad de idealismo, con ausencia de belleza estética. El “Credo” de Arévalo, es un arte sacerdotal que predica Evangelio y trasmite gracia; un arte en comunión con la Palabra y al servicio de la Iglesia; un arte sacramental que ora en nosotros e invita a la santidad de vida.
Yacente de Gregorio Fernández |
Y el Dios creador del universo se hizo inmanente al mundo, se encarnó y se hizo presente. Cristo entró en la historia del hombre y transfiguró la vida, la redimió y la santificó. Desde la venida de Cristo, el Hijo de Dios, toda nuestra existencia está llena de presencias de Dios. De ahí que el arte sacro se haga referencia de estos hechos y presente a Cristo como el “dador y Señor de vida”, “la Sabiduría revelada que estaba en Dios, por medio de la cual se ha hecho todo”. Y sobre todo, nos ofrece el misterio de Cristo resucitado y salvador del mundo, embelleciendo el valor salvífico de la Cruz, llenando de armonía y santidad a los redimidos.
Se ha dicho de forma bella y profunda, que nuestro Dios en su misterio más íntimo es una familia, en la que está presente la paternidad, la filiación y la esencia de la familia que es el amor; ese amor en la familia divina es el Espíritu Santo. Creer en este Dios amor es llenar la vida de santidad. Este momento artístico, el arte sacro, lo ha llenado de esplendor, de vida sobrenatural y el vigor de su lenguaje es la belleza misma hecha arte. Con él los artistas nos hacen vivir el canto de gloria en nueva existencia; es como un resucitarnos a la vida del espíritu que habita en nosotros.
Es la magia del arte, que se vuelve intérprete, puente entre nuestro mundo y el espiritual, mediador entre nuestro espíritu y la gracia divina, trasmisor de los dones de Dios bajo la forma de arte. Un arte de belleza que nos hace gustar los dones del espíritu en simples oraciones, que se vuelve lugar de privilegio para el encuentro con Dios. Arte que se interioriza en nuestro yo y se vuelve templo, sacramento de comunión, morada donde habita Dios, lugar sacro que santifica la vida hasta hacerla sagrada, ara del sacrificio y cátedra de la verdad.
Arévalo nos espera a todos. Su visita nos llenará la mente de imágenes santas, nos hablará de lo divino por la belleza, hará visible lo invisible, sensible lo sobrenatural.