El Pontífice les recordó la tarea ingente de la Iglesia por derrotar la falta de esperanza, la maldad, el egoísmo y la superficialidad que se han adueñado de las creaciones actuales, como consecuencia del avance de un período de oscuridades, de la proliferación y coronación de espíritus enajenados por el poder, la banalidad, la soberbia y bajos instintos. Les invitó a sumarse a la Iglesia, para que con sus creaciones artísticas nos ofrezcan nuevas epifanías de belleza, que nos ayuden a ver mejor a Dios.
Educar en y para la belleza, fue el
tema central del Papa, recordando a todos la necesidad urgente de volver a los
caminos de la auténtica belleza. “La belleza es la última palabra que debemos
olvidar, ya que ella no hace otra cosa que coronar, cual aurora de esplendor
inalcanzable, el doble astro de la verdad y del bien, como su indiscutible relación
con la belleza”. (Discurso de Benedicto XVI. 21-XI-2009).
Este aldabonazo del Papa nos viene bien ahora que hemos perdido el sentido religioso del buen gusto y la belleza, ahora que nos hemos dejado seducir por un arte carente no sólo de belleza, sino falto de religiosidad y dudosa espiritualidad. Frente a este arte, el Papa presentó la “Via pulchritudinis”, camino de la belleza, como un reto para una nueva educación religiosa y evangelizadora. Durante varias décadas, taimadamente se nos ha querido meter un anti-catolicismo maquillado, pretendiendo responder mejor que el arte de belleza, ofreciendo a la Iglesia un arte cultural seudo-religioso, carente de belleza cuando no pagano. Arte que asfixia, priva de libertad y de dignidad.
Es tiempo de despertar, tiempo de educar para la belleza y la fe. No podemos dejar que se destruya el arte propio de la Iglesia, el arte de belleza y religiosidad. Si la sociedad quiere seguir la cultura de un arte vanguardista, a veces carente y vacío de belleza religiosa, queriendo tomar por asalto al mundo con una estética superficial, de maquillaje y de apariencia, con emociones dérmicas, sin profundidad ni fundamento, que lo haga, pero la Iglesia por su parte, tiene que defender su arte de fe y belleza espiritual. Benedicto XVI dice que la Iglesia tiene que ser “custodia de la belleza”, “guardián del arte”, espejo de espiritualidad donde todos puedan beber la riqueza inagotable de la belleza del espíritu. Creo que en esto no se puede ceder nada, pues estamos convencidos de que “la humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero no podría seguir viviendo sin la belleza” (Dostoyeski).
Si la Iglesia fue mecenas del arte en el pasado, e hizo vibrar al mundo llenándole de fe y belleza espiritual, ofreciendo a la humanidad caminos de cultura, de armonía y esperanza, fue porque supo crear un evangelio de arte espiritual de belleza que entraba por los ojos, un arte que no sólo entusiasmaba y enfervorizaba tanto a humildes como a sabios, sino porque en ese arte latía y se revelaba un espíritu religioso que llevaba al trascendente. Era un arte sacramental que elevaba la mente y la persona al estado de gracia, haciendo casi palpable la presencia real de Cristo, la ejemplaridad de la Virgen y los santos.
Prueba de todo esto, dice Benedicto XVI, son las obras maestras diseminadas en toda Europa en los siglos pasados, cuando el pueblo celebraba la fe en la liturgia teniendo de fondo el arte de belleza, creando momentos de “sinfonía profunda de belleza”, ya que tanto la liturgia como el arte les llenaba de Dios, haciéndoles visible lo invisible. Testigo de ello son las “catedrales”, llenas de belleza espiritual, con armónico lenguaje que sensibiliza nuestro gusto. “La fuerza del románico y el esplendor de las catedrales góticas, nos recuerdan que la “Vía pulchritudinis” es un camino privilegiado y fascinante para llegar al Misterio de Dios”. Eran lugares de auténticas presencias de Dios, “donde los fieles podían rezar atraídos por la veneración de los Santos”. Y su arte de belleza era una “síntesis de fe y arte que expresaba armónicamente a través del lenguaje fascinante y universal de la belleza, traduciendo en sus líneas arquitectónicas el anhelo de las almas por Dios”. Y sus vidrieras con acentos mágicos, “eran cascadas de luz que caían sobre los fieles para contarles la historia de la salvación”.
Hay que educar para la belleza, porque “la belleza nos abre los ojos a la verdadera cultura, nos pone en camino de la verdad y el bien, camino de la santidad, preparando el encuentro con Cristo, que es la Hermosura y Santidad encarnada por el Padre para la humanidad”. En Él está la verdadera razón de lo bueno, lo bello y lo verdadero, al tiempo que nos conduce a la suma bondad y amor de Dios, “Verdad primera, Bien supremo y Hermosura misma”. Él es el que irradia poder de atracción, donde está la realidad de perfección, la epifanía de santidad. “Tarde te conocí, dice San Agustín, tarde te amé, oh belleza siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé”. (San Agustín. Confesiones. X, 27).
El camino de sabiduría para los creyentes es el camino de la belleza, “Vía pulchritudinis”. La belleza de la que nos habla Urs von Baltasar, dice el Papa, “esa belleza que abre horizontes de pensamiento a la contemplación de la belleza de Dios, de su Misterio y de Cristo, en quien Él se revela”. La belleza admirable de la creación, “donde el mundo está compenetrado del resplandor de Dios, donde la luz, las plantas y los animales, invitan a leer desde el interior y dan respuestas a las preguntas de su autor”. Esa belleza que dice Platón “que nos hace llegar a los umbrales de la realidad suprema y el bien, al mismo Dios”. También Aristóteles, sigue diciendo el Papa, afirmó que “dentro de todas las cosas de la naturaleza existe algo maravilloso”. El cosmos entero que ocupó el centro del pensamiento de los filósofos griegos, fue también el que ocupó el de los teólogos, los místicos y pensadores, como el de los filósofos de todos los tiempos, para dar respuesta en su estudio cosmogónico y encontrar el fundamento de toda la obra creada, cuyo artífice es Dios.
Y en esta obra maravillosa, nos dice Benedicto XVI, Dios ha dejado su verdadera imagen en el ser humano. “El hombre en su alma espiritual lleva un germen de eternidad”. En ella Dios ha puesto la luz de la inteligencia que tiene hambre de la verdad y sed de la hermosura infinita. En él “se trasluce la imagen de Dios invisible” (Col. 1, 15). Seducido el hombre por el mal, cayó en pecado. Pero Cristo le ha devuelto a la vida y “nuestros ojos ávidos de belleza se dejan atraer por el nuevo Adán, icono del Padre, esplendor de la gloria, revelado en el Hijo” y manifestado en la belleza del arte.
Este arte que ha llenado a la Iglesia de esplendor y expresa la interioridad del hombre y su espiritualidad, se ve amenazado desde hace algún tiempo por ciertas modas que se complacen en lo feo del arte, en el mal gusto, rayando lo grosero. Los artistas creadores de este arte lo defienden con la finalidad de sustituirle por el arte clásico, para suscitar el escándalo y mofarse de la belleza. Estableciendo de esta forma, como una pelea entre Dios y el Diablo, entre la belleza y la fealdad, el bien y el mal. En su discurso, el Papa nos avisa a los creyentes, del riesgo que se corre si nos dejamos atrapar por las redes camufladas de ese arte del mal, donde el icono de belleza se convierte en ídolo perverso, sustituyendo el fin por el medio, esclavizando la verdad y pasando el dominio a la tiniebla. En esta trampa ingenuamente han caído muchos, por falta de una preparación adecuada de la belleza.
Por eso, es urgente y necesario dejarnos educar por la belleza, teniendo formado un espíritu crítico, frente a los ofrecimientos de esa cultura de muerte, profundizando en conocimientos sensatos y de madurez. Un buen ejemplo es el de San Agustín, nos dice el Papa, que se sentía atormentado por el tiempo perdido, después de conocer la belleza de Dios. Que la belleza del bien no pierda su fuerza de atracción. Que las pruebas de la verdad fortalezcan el sentido de la razón. Que la fe apoyada en la sabiduría del bien, nos haga profundizar más en el misterio de la belleza. Necesitamos urgentemente la educación en la belleza para sensibilizar nuestro espíritu y no ser fagocitados por el arte del mal gusto.
En un mundo dominado por la imagen del mal gusto, por lo banal y sexual, hay que contraponer la auténtica imagen de belleza que es la que dignifica la vida, nos llena el corazón del gozo de la gracia y nos lleva a la belleza de Dios. “Tenemos que promover la alianza fecunda entre el Evangelio y el arte, creando una nueva epifanía de belleza, nacida de la contemplación de Cristo, el Verbo encarnado, como del esplendor radiante de la Virgen María y el de los Santos”. De esta forma, el arte de la Iglesia seguirá siendo la “Vía pulchritudinis”, auténtico camino de evangelización que nos lleve al Dios de la belleza.
El Papa formuló algunas ideas para educar y crecer en la belleza. Entre otras, dice que hay que for-marse en la belleza para dar razón del misterio de Cristo, expresado en el arte sacro, la música y liturgia, organizar eventos culturales artísticos que actualicen nuestra sensibilidad, para apreciar y valorar el patri-monio de la Iglesia. Hacer publicaciones en revistas y medios actuales, mostrando la pedagogía del arte religioso y el sentido de la trascendencia. Sensibilizar los agentes de pastoral, catequesis y profesores de religión, en especial a clérigos y religiosos, a través de cursos de formación, seminarios, visitando museos.
La belleza de Cristo en la “Via pulchritudinis” puede ser un bello camino de santidad. La santidad cristiana nos configura con la belleza del Hijo. La Virgen y los Santos son reflejos luminosos de la belleza infinita de Dios. Todo el discurso es un extraordinario canto a la belleza que bien merece leerse pausa-damente para crecer en la santidad y belleza que nos configura con Cristo.